ALLAN KARDEC

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ALLAN KARDEC Hippolyte-Léon-Denizard Rivail Jefe y fundador de la doctrina dicha espírita, nacido en Lyon, el 3 de octubre de 1804, originario de Bourg-en-Bresse, en el departamento de Ain. Aunque fuera hijo y nieto de abogados, y de una antigua familia que se distinguió en la judicatura y en la abogacía, no siguió esta carrera; desde temprana edad se dedicó al estudio de las ciencias y de la filosofía. Alumno de Pestalozzi, en Suiza, se ha convertido en uno de los discípulos más eminentes de este célebre pedagogo y uno de los propagadores de su sistema de educación, que ejerció una gran influencia sobre la reforma de la educación en Francia y en Alemania. Fue en esa escuela en la que se desarrollaron las ideas que lo pusieron, más tarde, en la categoría de los progresistas y de los libres pensadores. Nacido en la religión católica, pero educado en un país protestante, los actos de intolerancia que sufrió, en ese ámbito, le hicieron, a partir de los quince años, concebir la idea de una reforma religiosa, en la cual trabajó en silencio durante largos años, con el pensamiento de lograr la unificación de las creencias; pero carecía de lo indispensable para la solución de este gran problema. El Espiritismo vino más tarde traerlo y darles una dirección especial a sus trabajos. Alrededor de 1850, en el que trata de las manifestaciones de los Espíritus, Allan Kardec se dedicó a las observaciones perseverantes sobre estos fenómenos y se aferró principalmente a de ellos deducir consecuencias filosóficas. Entrevió, primero, el principio de las nuevas leyes naturales: aquellas que regulan las relaciones del mundo visible y del mundo invisible; reconoció en la acción de este último las fuerzas de la naturaleza, cuyo conocimiento arrojaría luz sobre una multitud de problemas considerados como insolubles, y comprendió su alcance desde el punto de vista científico, social y religioso. Sus principales obras sobre esa materia son: El Libro de los Espíritus, para la parte filosófica, cuya primera edición fue publicada el 18 de abril de 1857; El Libro de los Médiums, para la parte experimental y científica (enero de 1861); el Evangelio según El Espiritismo, para la parte moral (abril de 1864); el Cielo y El Infierno o La Justicia Divina según el Espiritismo (agosto de 1865); La Revista Espírita, Periódico de Estudios Psicológicos, colección mensual, iniciado el 1 de enero de 1858. Fundó en París, el 1 de abril de 1858, la primera sociedad espiritista regularmente constituida bajo el nombre de Sociedad Parisiense de Estudios Espiritistas, cuyo objetivo exclusivo es el estudio de todo lo que puede contribuir al progreso de esta nueva ciencia. El propio Allan Kardec se justifica por no haber escrito nada bajo la influencia de ideas preconcebidas o sistemáticas; hombre de carácter frío y tranquilo, él observó los hechos y, de sus observaciones, dedujo las leyes que los rigen; fue el primero en darles la teoría y la de ellos formar un cuerpo metódico y regular. Demostrando que los hechos falsamente calificados como sobrenaturales están sometidos a leyes, los hizo entrar en el orden de los fenómenos de la naturaleza, y destruyó, así, el último refugio del maravilloso y uno de los elementos de la superstición. Durante los primeros años en que se dio importancia a los fenómenos espiritistas, estas manifestaciones han sido más objeto de curiosidad, que el tema de serias meditaciones; el Libro de los Espíritus hizo considerar la cosa bajo todo un otro aspecto; entonces se abandonó la danza de las mesas, que no había sido sino un preludio, y se alió a un cuerpo de doctrina que abarcaba todas las cuestiones que interesaban a la humanidad. La fecha de la publicación del Libro de los Espíritus es la verdadera fundación del Espiritismo que, hasta entonces, no tenía sino elementos dispersos sin coordinación, y cuyo alcance no podía ser comprendido por todo el mundo; en ese momento también la doctrina ha fijado la atención de los hombres serios y tuvo un rápido desarrollo. En pocos años estas ideas encontraron numerosos adeptos en todas las capas de la sociedad y en todos los países. Ese éxito sin precedentes se debe a las simpatías que estas ideas encontraron, pero se debe también en gran parte a la claridad que es una de las características distintivas de los escritos de Allan Kardec. Absteniéndose de las fórmulas abstractas de la metafísica, el autor ha sabido ponerse al alcance de todo el mundo y hacerse leer sin cansancio, condición esencial para la vulgarización de una idea. Sobre todos los puntos controvertidos, su argumentación, de lógica precisa, ofrece poca oportunidad a la refutación y predispone a la convicción. Las pruebas materiales que el Espiritismo da sobre la existencia del alma y de la vida futura tienden a la destrucción de las ideas materialistas y panteístas. Uno de los principios más fecundos de esta doctrina, y que se deriva del precedente, es el de la pluralidad de existencias, ya entrevisto por una multitud de filósofos antiguos y modernos y, en estos últimos tiempos, por Jean Reynaud, Charles Fourier, Eugène Sue y otros; pero él se quedó en estado de hipótesis y de sistema, mientras que el Espiritismo demuestra su realidad y prueba que es uno de los atributos esenciales de la humanidad. De ese principio se deriva la solución de todas las anomalías aparentes de la vida humana, de todas las desigualdades intelectuales, morales y sociales; el hombre sabe, así, de dónde viene, adónde va, con qué propósito está en la Tierra, y porque sufre aquí. Las ideas innatas se explican por los conocimientos adquiridos en las vidas anteriores; el caminar ascendente de los pueblos y de la humanidad, por los hombres de los tiempos pasados que reviven después de haber progresado; las simpatías y las antipatías, por la naturaleza de las relaciones anteriores; esas relaciones, que vinculan la gran familia humana de todas las épocas, ofrecen como base las mismas leyes de la naturaleza, y no una teoría, a los grandes principios de la fraternidad, la igualdad, la libertad y la solidaridad universal. Además, él se refiere directamente a la religión, en la medida en que la pluralidad de las existencias, siendo la prueba del progreso del alma, destruye radicalmente el dogma del infierno y de las penas eternas, incompatible con ese progreso; con ese dogma superado caen los numerosos abusos de los cuales él fue el origen. En lugar del principio "fuera de la Iglesia no hay salvación", que mantiene la separación y la animosidad entre las diferentes sectas y que hizo derramar tanta sangre, el Espiritismo tiene por máxima "fuera de la caridad no hay salvación", esto es, la igualdad de todos los hombres ante Dios, la tolerancia, la libertad de conciencia y la benevolencia mutua. En lugar de la fe ciega que aniquila la libertad de pensamiento, él dice: "No hay fe inquebrantable sino aquella que puede mirar a la razón de frente en todas las épocas de la humanidad. Se necesita una base para la fe y esa base es la inteligencia perfecta de lo que se debe creer; para creer no es suficiente ver; es necesario, sobre todo, comprender. La fe ciega ya no es de este siglo; pues bien, es precisamente el dogma de la fe ciega que hace hoy el más grande número de incrédulos, porque quiere imponerse y exige la renuncia de una de las más preciosas facultades del hombre: el raciocinio y el libre albedrío" (el Evangelio según el Espiritismo). La doctrina espírita, tal como se muestra en las obras de Allan Kardec, encierra en sí los elementos de una transformación general en las ideas, y la transformación de las ideas lleva necesariamente a aquella de la sociedad. Bajo ese punto de vista, ella merece la atención de todos los progresistas. Su influencia, que ya se extiende a todos los países civilizados, le da a la personalidad de su fundador una importancia considerable, y todo lo hace prever que, en un futuro próximo, él será considerado como uno de los reformadores del siglo XIX. 

Referencia

LACHÂTRE, Maurice. Allan Kardec. In: LACHÂTRE, Maurice. Nouveau dictionnaire universel. Paris: Docks de La Librairie, 1865. p. 199. Tome premier.

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